domingo, 11 de mayo de 2014

El te extraño acaso del Dr. Brascó y Mr. Hyde.

Salió de la vida como quien sale de una frase.

Robert Louis Balfour Stevenson. Alcanzado por la ficción la noche del 3 de diciembre de 1894 a los cuarenta y cuatro años en Samoa. Quiero decir, que se murió. 

Nadie tiene nunca una sola vida en la vida. Y aunque a veces una oculte a las otras, como una máscara, una marquesina o el frente de algunas casas, siempre son muchas. No hay quien no sea un cocktail de personalidades capaz de ruborizar a un carnicero como quien no quiere la cosa. 

Era dar un handicap ser tanta gente, declaró alguna vez. Una forma de no alcanzar las metas debidas en ningún área. Por negligencia o falta de habilidad en la administración de tiempo y recursos. Por ausencia o cambio de costumbres.  

Y fue escritor también sino principalmente. 

Autor de La isla del tesoro, aventurero y bon vivant,  se armó una cava con algunos de los mejores vinos franceses. 

Para ser el mismo tuvo que ser él muchas personas.

Como todo autor de ficción y todo aficionado. Sabedor, Brascó tuvo la elegancia de poner todas las muchas vidas, vividas e inventadas en un mismo plano. No vivió la Francia enciclopédica ni los tiempos de Dumas, pero en cierto sentido sí. En el buen sentido. 

Viejo desde hacía mucho murió casi niño. 

Lejos de Escocia, Stevenson baja la escalera, elige uno de sus borgoñas preferidos [tinto, un Pinot Noir], lo abre en la cocina mientras empieza preparar la cena y sufre una apoplejía. Llega a mirarse en el espejo transfigurado y gritar "¡mi cara!".

Brascó murió en su casa llena de libros. Le gustaba cocinar. 

El literato conocedor de vinos y el conocedor de vinos literato. Ya cada uno con sus muchos personajes, no menos ni más reales en convivencia y contertulia.

Sólo quien vive bien puede morir absuelta y absolutamente. Como quien pone una palabra y tiene el coraje de no borrarla.

Como quien sale de una frase.

Y siempre la música y las mujeres y las charlas y los libros y el vino y la cocina y Samoa, y Perú y Madrid y París siempre. Y Buenos Aires un poco más poblada de fantasmas cada día.

Así en la tierra como en el sueño.

Descanse Maestros.