sábado, 6 de abril de 2013

Memorias del subsuelo

Fedor Mijailovich Dostoyevski nació en Moscú bajo el signo de libra de 1821. No entraremos en los detalles de su vida, sus seis hermanos, su padre militar,  ni de su relación con el traidor crítico Belinski. No diremos nada de su obra, que incluye El jugador,  Los hermanos Karamazov y Los endemoniados. Ni una palabra dedicaremos, eso jamás, a sus vicios y su infortunada historia matrimonial, su exilio en Siberia o su prisión. Pero corría el año 1868 y Fedor escribía El idiota en un cuarto de pensión en el área más bohemia Milán, perseguido por acreedores, sin una lira en el bolsillo. 

Advertido de que al dejar su habitación  sería expulsado de la pensión, sus papeles quemados y sus otros enseres tirados ala basura tomó una decisión drástica. Empeñó hasta los pantalones quedándose sólo con un calzón largo, una frazada, plumas, tintero y hojas de papel. Terminando el primer borrador del Idiota, su editor le giraría una cantidad de dinero suficiente para atravesar las fronteras de la recién nacida Italia, la de la ya inexistente Prusia y de la siempre ultrajada Polonia rumbo a Moscú.   Dostoyevski vivió un mes en calzoncillos (y tenía uno solo).  La segunda parte de El idiota fue escrita íntegramente en ropa interior o por un autor desnudo. 

Así se vive cuando no hay más remedio. Desde el aislamiento, desde el deseo, desde el oficio, desde los calzones y, cuando no hay más remedio y la ropa interior se está secando, con las nalgas sobre la fría silla. Cinco años antes había relatado la vida de un hombre retirado, sus pasiones y miserias subterraneas.  

El ambiente de los sótanos siempre es un ambiente de intimidad cómplice. Algo primitivo se encierra en su encierro, una sensación de refugio compartido, de toldo bajo la lluvia, de hermandad. El centro de Buenos Aires contiene diversos accesos a la inmersión, paréntesis del tiempo que corre no a su alrededor sino por encima.  

Uno de los sótanos más notables es el salón de Té del Banco de la Nación Argentina  en plaza de mayo, diseñado para inundarse completamente en quince minutos, si fuera necesario. El edificio que lo alberga, diseñado en 1940 por Alejandro Bustillo (Catedral de Bariloche, Llao Llao), es la  casa central del banco, así que es necesario entrar con discreción. El carácter público del salón de té es siempre polémico. Se ingresa por la esquina de Bartolome Mitre y 25 de Mayo (horario bancario). La bebida allí es el café, cocina no hay aunque puede combatirse el hambre con algún sandwich de de crudo y queso en pan francés tostado o un omelette de queso. En el cuarto piso hay un comedor restaurant con algunas opciones para el almuerzo, pero nada destacable.

Por la noche, puede descenderse al sótano de Florería Atlántico (Arroyo 872, hasta las 3 de la madrugada). Aun siendo la coctelería (clásica y contemporánea) y el servicio en la barra (impecable) los dos estandartes principales del lugar, lo que domina el ambiente es la música, el horno y la parrilla a leña y el clima deliberadamente underground de todo el entorno. Se trata de un lugar utópico, valga el oxímoron, una especie de "esto es lo que podría haber sido Buenos Aires si después de los cuarenta hubiera tenido un poco más de espíritu europeo,  neoyorquino, de Chicago o de cualquier lugar menos brasilero, menos poblado de edificios vulgares de departamentos". Merece una mención especial la carta de vinos, bien presentada, surtida y con precios más que justos (20 o 30%, no más, por encima del precio de venta en vinotecas). La comida es excelente, en particular las tapas. Lasciate ogne speranza, voi ch' intrate.